Aquesta història la vaig escriure per a un crèdit variable d'expressió castellana, per tant, està en castellà. A veure què us sembla...
AVENTURA EN LAS ALCANTARILLAS
-¡Te digo que sí que puedo! -grité yo, desesperada por convencer al director del museo de ciencia nacional que podía hacerme pequeña con la poción que estaba elaborando.
-Yo te digo que lo dejes ya y que no intentes lo imposible, no quiero que la mejor científica que tenemos desaparezca para siempre -dijo con voz pausada y tranquila-. Dio media vuelta y se fue por la gran puerta de la sala en la que habíamos estado discutiendo.
Yo estaba consternada y enfadada. Quería conseguir de todos modos poder medir un milímetro y demostrar que lo que le había dicho al director era cierto y posible. Y me fui al laboratorio a seguir experimentando.
Me llamo Luthien y soy científica. Tengo veintitrés años. Mis padres murieron en un accidente aéreo, por eso tengo pánico a los aviones.
En mi laboratorio tengo un gato al que llamo Nabu, y me lo encontré por la calle abandonado. Ahora me lo llevo a todas partes metido en el bolso.
Entré en mi laboratorio, el número dieciséis, y me puse a mezclar dos substancias: una de de un color azul claro, y otra de un tono rojizo. Moví el recipiente y los dos líquidos entrelazaron sus múltiples partículas. Salió un color turbio y extraño. Cogí una rata de la jaula y le hice beber un mililitro de esa sustancia. ¡Y la rata desapareció! Pero al cabo de un momento, vi una cosa minúscula moviéndose en el suelo. La cogí con unas pinzas y la miré con lupa: era la rata. Yo anhelaba probar esa extraña experiencia, pero antes hice el antídoto que me volvería a mi estado normal. Tardé dos meses en hacerla, y se la di a la rata, que se hizo tan grande y peluda como siempre. Dejé el antídoto en la mesa... y me bebí la poción empequeñecedora. Enseguida empecé a tener unas violentas convulsiones que me sorprendieron, pues la rata no había sufrido esos movimientos tan bruscos. Y me hice pequeña. ¡Qué espanto! Todo era grande y gigantesco, y daba mucha impresión, pero entonces pasó lo inevitable: Nabu empezó su caza. Al no saber qué tipo de animal era, le picó la curiosidad y empezó a perseguirme por todo el laboratorio. Yo subí por las escaleras a toda prisa, pero al tercer escalón estaba rendida. ¡Los peldaños eran demasiado grandes para mí! Y Nabu se me acercó. Yo estaba acorralada entre la escalera (que no podía subir) y el vacío. Estaba expectante. ¿Qué haría Nabu? Y la respuesta vino a continuación: El “gran” gato me golpeó fuertemente con la pata y yo salí disparada por los aires, y caí por el agujero de las alcantarillas. Lo último que vi fue el antídoto que había preparado. Caí en algo blando y sedoso. No sabía qué era exactamente, pero era cómodo. Cuando me levanté, vi a un hombre igual de pequeño que yo, que me miraba con cara de pocos amigos.
- Hola, ¿quién eres? -pregunté tímidamente-.
- ¡Fuera de aquí! ¡Aquí vivo yo! Y no me preguntes nada a mí, porque soy yo el que tiene que interrogar. ¿Quién eres tú?
Yo me quedé estupefacta delante de tanto mal humor, pero le respondí educadamente:
- Me llamo Luthien y soy científica. He hecho una poción que me ha hecho muy pequeña, un gato me ha golpeado y me ha tirado por la boca de estas malolientes cloacas. Afortunadamente, he caído en tu... ehem, cama -y me levanté rápidamente al ver la cara de impaciencia de el hombre, que al oír la palabra “científica” se sorprendió, pero enseguida cambió su cara de fascinado por la de indiferente.
- Me llamo Merode, y también yo fui víctima del “decrecimiento”. Soy cientí... no, más bien era científico -dijo ese tal Merode, marcando bien el “era”.- Creé una poción que mi hizo pequeño, así como me ves, y me caí también por las alcantarillas empujado por mi perro. Hace ya dos años que vivo aquí, y caí a los veintitrés, así que tengo veinticinco años -me explicó Merode-.
- ¿Cómo sobrevives aquí? En las cloacas no hay mucha comida -pregunté yo-.
- Aquí viven unos jabalíes de nuestro tamaño. Nacieron de un mal experimento que hice, y no podía matarlos, así que los metí en las cloacas, donde, cómo verás, se han ido reproduciendo. Están bastante sabrosos, aunque cuesta apuntar -añadió Merode-.
- ¿Apuntar? -Pregunté yo-.
- Eso, apuntar. Vamos, ya es hora de almorzar -respondió Merode-.
Y nos pusimos en camino. Las alcantarillas hacían olor a pescado y las aguas estaban turbias y carroñosas. De pronto, vinieron los jabalíes. Merode sacó una pistola y mató uno. Disparó por segunda vez. Ya teníamos comida. Merode sacó unas cuantas cerillas y unos palos y los encendió. Por lo visto, y por lo que me explicaba Merode mientras comíamos, antes de beberse la poción, se preparó una mochila con todo lo que creía necesitar, la empequeñeció y se la llevó consigo a las cloacas cuando el perro lo empujó.
Ese hombre debía medir entre un metro setenta y un metro ochenta, era de complexión fuerte, blanco de piel (por estar dos años sin sol) y moreno de cabello. Tenía los ojos verdes, y llevaba una barba muy larga que no se podría afeitar hasta que saliéramos de esas malditas cloacas.
Merode era muy chistoso y amable; aunque primero me pareció todo lo contrario, porque había sido algo brusco y antipático. Pero ahora me trataba muy bien... hasta parecía que yo le gustara... ¡lo cierto es que yo me enamoré de Merode justo cuando lo vi!
Cuando ya llevaba dos años en ese tugurio, ocurrió un milagro que, bueno, primero sería una desgracia y un fastidio, pero luego se transformaría en milagro. Un pez que nadaba por esas turbulentas aguas pasaba por donde justo Merode y yo tropezábamos con unas piedras tiradas por ahí, y caímos dentro la boca del pez. Estaba oscuro y hacía mucha peste. Sólo se nos ocurrió rezar.
El pez (un rodaballo, por cierto) fue hasta la mar, y un pescador lo pescó. (Nunca mejor dicho). Y dio la casualidad que una niña de unos diez años abrió el pez, (fue una suerte que no nos abriera también a nosotros), y al encontrarnos, no se extrañó, porque según ella:
- Tranquilos, creo en la magia. Decidme vuestro deseo y os lo concediré-.
Nosotros, maravillados de encontrar una niña con tanta imaginación, le pedimos que nos llevara a mi laboratorio, ya abandonado... ¡donde había el antídoto, intacto! Merode y yo nos lo tomamos, le dimos las gracias a la niña y así pude demostrar al director, que pensaba que ya no volvería, que lo que la había dicho hacía ya dos años era posible. Finalmente, Merode y yo nos declaramos nuestro amor, que había permanecido oculto bajo las ganas de salir de las alcantarillas, y nos casamos. ¡Ah!, y Nabu y Conodosor (el perro de Merode) vinieron con nosotros y se hicieron muy amigos.